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Los Perros de Lucio V Mansilla

Por Enrique F. Gury Dohmen

Todos conocen sin duda a Lucio V. Mansilla, sobre todo por su libro "Una excursión a los indios ranqueles", que según Manuel Gálvez fue el mejor libro argentino del siglo XIX. Su vida aquí fue una novela; su personalidad fue sumamente compleja, paradojal. Muy pocos de su época han sido tan versátiles. El mismo decía que el que piensa seis meses de la misma manera debe estar seguro de equivocarse.

Hombre muy emotivo disimuló siempre, por un pudor especial, su sensibilidad. Si la deja entrever a veces, enseguida trata de ocultarla. Durante una misa en plena toldería de los ranqueles extraña a su madre. Cuando Miguel Angel Cárcano, jovencito entonces, lo visita en París, pide a su segunda esposa, Mónica Torromé que le traiga para enseñárselo el poncho que le regalara su compadre, el cacique Mariano Rozas. Al abrirla una nube de polillas sale de la caja. El viejo Mansilla solloza.

Una excursión a los Indios Ranqueles
Una Excursión a los Indios Ranqueles


En su vida tuvo numerosos duelos. Una tradición oral que conozco por casualidad, nos dice que el que tuvo con el militar y periodista Pantaleón Gómez terminó como una muerte alevosa. Esto no encaja con la dedicatoria que pone en su libro Retratos y recuerdos al relato de la vida de Carlos Saravia: "A la memoria de mis hijos, todos muertos".

Todo esto explica la extraña paradoja de un hombre que teme, ama y a veces parece odiar a los perros. El mismo relata que siendo capitán, en el pueblo de Rojas, lo corre un perro manso, a pesar de estar armado con una escopeta.

En la noche del domingo 27 de julio de 1890 mientras recorre la ciudad en plena revolución, conversando con Juárez Celman y Pellegrini, se queja del Intendente de Buenos Aires, que no cumple sus funciones de mata-perros. Había luna y todos los perros aullaban, sin duda presagiando las muertes. Un hombre herido en el asalto de Curupaytí, que a veces miraba al enemigo parado en la trinchera doblando su cuerpo en dos para verlo entre sus piernas, no era hombre de tener miedo.

Pero cada hombre tiene su punto débil. Domingo Rebución, un veterano de las fronteras y que peleó contra Calfucurá en la batalla de San Carlos, temía a los ratones. Una noche cuando regresaba a su casa vio un tropel de lauchas que salía de un tarro de basuras. Temblando llamó a un vigilante y le pidió que se los espantara. Al oír la carcajada que obtuvo por respuesta se abalanzó sobre él y le propinó una tunda con su fusta.

Volviendo a Mansilla repetiremos que si temía a los perros, también los amaba. Tuvo varios en su vida: Brasil, Crac, Lord, Sara, Júpiter y aquel enigmático Maracayú que lo acompañaba en el Paraguay cuando el insigne soñador buscaba oro en las minas del mismo nombre.
Tal vez esto fuera herencia de su tío, don Juan Manuel quien deja en su testamento a su yerno Máximo Terrero, sus perros Gulot y Soto, además del loro Blagardd y a sus "hijos-nietos" Manuel Máximo y Rodrigo sus caballos Dike y Salada.

Pero el perro más conocido de Mansilla fue Brasil. Perro militar nato, hizo la campaña del Paraguay como soldado del 12 de líneas y posteriormente lo acompañó en su excursión a los ranqueles.

Según su dueño era un "sabueso criollo, mezcla de galgo y podenco de presa", aunque posteriormente lo clasifica como mastín. Parece que la zootecnia canina no era el fuerte de un hombre tan culto. Lo describe como "un perro gordo y macizo, de reluciente pelo color oro muy amarillo".

Brasil tuvo un destino desgraciado. Su hermoso aspecto lo cautivó al cacique Ramón Platero quien se lo pidió como senior partner para mejorar la estirpe canina de los toldos. Muy a pesar suyo, por razones diplomáticas, su dueño se lo cedió, previniéndole que debía atarlo para que no siguiera a la caravana.

Brasil, intuyendo lo que conversaban, no se dejó atar. El propio Mansilla tuvo que hacerlo. El pobre Brasil se tiró de espaldas como diciendo "Mátame si quieres". Pero dejemos hablar al autor:
"Al atarle la soga al pescuezo, me miré en sus ojos y me vi horrible, y a no ser por la palabra empeñada me habría creído infame".

¡Ah... Los ojos de los perros! Todo lo que dicen...
Recomiendo leer la poesía de Enrique Banchs "Los ojos del perro".

Brasil, atado a un palo, no tuvo más defensa que la palabra. Cuando partieron gritó y aulló tanto que su nuevo dueño, cuando calculó que la tropa estaba lejos tuvo que soltarlo. Brasil corrió desesperadamente mientras su dueño adivinaba la escena en lontananza. Las vicisitudes de Brasil eran relatadas por el baqueano, cuyo ojo de águila no perdía detalle. Un indio a caballo lo perseguía velozmente. Por fin el baqueano gritó: ahí lo bolean!
"Lo confieso -dice Mansilla- persuadido que era Brasil que venía hacia nosotros, las palabras de Camilo me hicieron el mismo efecto que me había hecho en un campo de batalla ver caer a un compañero de peligros y de glorias".
Luego Mansilla amaba a los perros.

"Por qué, me preguntaba pensando en la suerte de Brasil, no ha de tener alma un ser sensible, que siente el hambre, la sed, el calor y el frío; en dos palabras: el dolor y el placer sensual como yo?
"Y pensando en esto procuraba explicarme la razón filosófica de por qué se dice:
Ese hombre es muy perro y nunca cuando un perro es bravo o malo: ese perro es muy hombre".
La historia de Brasil termina aquí. Qué le ocurrió después, vaya uno a saberlo. ¿Sería un cautivo más? ¿Se habrá adaptado, como los cristianos desertores, a la vida de los toldos, a la molicie entre las odaliscas de las pampas? Es posible ¿Habrá intentado la fuga otras veces hasta que lo mataron? También.
Lo cierto es que si se hubiera fugado, con toda seguridad habría llegado a Río Cuarto, porque los perros siempre llegan a su morada cuando se lo proponen. Conozco muchos casos de perros fugados que aún hoy, en nuestra ciudad, viajando de una punta a otra en automóvil, hasta en el baúl o en un camión cerrado, vuelven a su casa después de un par de días. ¿Cuál es su sistema de orientación Alguno que no conocemos, que en el hombre se ha embotado como ocurre con la telepatía.
Júpiter, otro perro de Mansilla, era un perro alemán según su dueño. Tanto él como su padre y su madre -los del perro- llamaban la atención en Santa Fe "por su tamaño colosal" ¿Serían daneses?
Perro civil, ya que su dueño lo tenía cuando se había retirado de las tareas militares, ha hecho una vida de perro de lujo, dedicado a perseguir gatos y a compartir la habitación de su amo.
En cuanto a los padres de Júpiter, poco queda por decir. De la madre, Sara, solamente sabemos su nombre bíblico. Posiblemente ha sido una perra honorable, cuya vida no tuvo altibajos, dedicada a cuidar el hogar e hilar su lana, como Penélope. No olvidemos que la mujer en el siglo pasado tenía un papel muy distinto al que tiene hoy. Lord, el padre de Júpiter era un buen burgués respetable. Fue un jefe de familia como hay tantos. Mientras acompañaba a su yerno, el ingeniero Jorge Perkins, en Pergamino, se levantaba temprano, iba al mercado y traía la canasta familiar, que por entonces sería barata y en un segundo viaje traía la suya.

Júpiter tal vez no hubiera pasado a la historia si no fuera por el suceso de aquella noche de fines del siglo pasado.

Mansilla vivía solo; Júpiter dormía con él. Su dueño relata que "esa vez yo estaba como piedra en los brazos de Morfeo. Pero como hay ruidos que conmueven hasta las piedras, despertóme el zamarreo de una puerta. Era Júpiter.
Le hablo en su lengua, se sosiega... recobro el sueño. Un momento después, vuelta a las andadas. La escena se repite. Júpiter quería abrir una puerta.
"Y qué puede querer Júpiter?, pensé yo.
Siempre dominados por los juicios temerarios cuando se trata de los que queremos".
Mansilla pensó que Júpiter quería ir al cuarto de su sirvientito Sebastián y le entró "rabia, celos".
Tomó un bastón y le propinó unos palos y Júpiter se amilanó.
A la mañana siguiente se dio cuenta de que Júpiter había hecho allí lo que necesitaba, "que no era ir a ver a Sebastián, que no era una infidelidad".
Y recomienda que cuando oigamos golpear nuestra puerta pensemos que "algún necesitado pide permiso para entrar y abramos nuestras puertas de par en par.
De lo contrario -dice- el general o Lucio Victorio- harán sin quererlo, alguna como la de Júpiter".

Nota del Sitio: Algunos términos puede que no sean entendidos por no argentinos o argentinos algo menos viejos que yo.

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